jueves, 8 de octubre de 2009

INCIDENTE ESPIRITUAL

“Me siento pegajosa. Desprendo un olor fétido, pero aún no he muerto, lo juro —aunque no debería hacerlo”, confesó una mujer a su Dios trino.
A sabiendas de la anemia espiritual que le habían diagnosticado, se esforzaba por alimentar el alma. Trataba de digerir el sexto capítulo de los proverbios a través de la sonda de sus pupilas, que perezosas lograban un vaivén entrelíneas.
A duras penas el cerebro captaba la historia.: “Abominación por el hombre que anda en pecado”.
“Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; No quedará impune ninguno que la tocare”…”Para saciar su apetito cuando tiene hambre; Pero si es sorprendido, pagará siete veces; Entregará todo el haber de su casa”.
El acto fue contraproducente. De pronto unas ganas desmesuradas de comer, comerse… Aunque consciente que después se enfrentaría a sí misma, pero ya asqueada.
Los ojos de la mujer concluían el texto. A la par, acariciaba el camisón de seda y estimulaba más el apetito. Un pacto entre dos colegas surgió. Pulgar e índice conspiraron para presionar al pezón hasta erguirlo. Lo demás está demás.
Sintió tranquilidad. Pensó en una justificación para el día del juicio. La fémina se refugió en uno de los diez mandamientos:
“Sólo sé que no cometí adulterio y falta de entendimiento no soy. Sí encontré vergüenza, mas su perdón aún no”.
No era ella la culpable, sino la carne. La Santa Palabra, escrita por hombres santos de Dios… despertó su apetito. Torturada por su misma conciencia repetía una y otra vez:
“Comí, sacié y satisfice. Pero insisto aún no he devuelto. Sin embargo, me siento pegajosa, desprendo un olor fétido, pero muerta… no estoy”.
Después comprendió:
Era vomitada. Apocalipsis 3:16.